domingo, 21 de junio de 2009

sábado, 13 de junio de 2009

El fin justifica los medios

El fin justifica los medios
Cuando Sara volvió a su habitación del paseo con Lena, encontró un sobre plateado en la entrada. Lo cogió con delicadeza y leyó su nombre, que estaba escrito en el sobre con una preciosa caligrafía en bolígrafo rosa. Cerró la puerta de la habitación y se sentó sobre su cama para leer la carta tranquilamente, ya que no estaba ninguna de sus compañeras de cuarto.
Querida compañera:
Me gustaría mucho invitarte a la primera fiesta del curso que voy a organizar. Tendrá lugar este sábado a las 21:30, en mi sala privada de fiestas.
De verdad que espero que asistas.
Besos: Alexa Pinkstone


Sara leyó la nota varias veces, sin creerse que Alexa la estuviera invitando a ella, a becada pobretona a su fiesta vip de niñatos ricos. Sintió que el sobre le temblaba entre las manos.
“¿Y ahora qué?¿Qué hago?¿Voy o no voy?”, pensó Sara. Se dio cuenta de que había algo más escrito.
P.D: Si lo deseas puedes traer a un acompañante. La ropa no hace falta que sea formal.
Se levantó corriendo de la cama y salió a toda velocidad de su habitación para buscar a Lena. En un minuto ya estaba en el piso de arriba, en la habitación 49. Trucó con algo de urgencia hasta que Lena le abrió la puerta.
-¿Qué pasa?
-Esto es lo que pasa. Mira – dijo Sara, tendiéndole el sobre.
Lena leyó la nota, con los ojos desmesuradamente abiertos.
-¡Madre mía! Alexa te ha invitado a su fiesta.
-¿Qué hago?
-¡Pues ir! – exclamó Lena.
-No sé …
-Vamos Sara te han invitado, tienes que ir. Además … podrías llevarme de acompañante.
-¿Qué?
-Lo que oyes. Podríamos ir juntas. Porfa – suplicó Lena –. Desearía poder ir a una fiesta exclusiva.
-¡Ay!¡Está bien! Tú ganas. Iremos a la fiesta.
-¡Sí!¿Sabes ya lo mucho que me alegro de haberte conocido hace nada?
Las dos se echaron a reír. Cuando se les pasó la risa comenzaron a vaciar el armario de Lena para buscar posibles modelitos.


Andaba por el colegio a toda velocidad, buscando a Alexa. No sabía por qué Alexa había invitado a Sara a la fiesta y todo aquello no le olía nada bien. Aquel no era el estilo de la Pinkstone ni por asomo. Solo invitaba a los más ricos, a los más importantes … nunca a los becados, los consideraba “inferiores”. Él ya la conocía. Por fin la encontró. Estaba dándole el sobre a Nicole, una chica no muy rica, pero con padres famosos.
-Alexa – la llamó.
-Alexander, guapo. ¿Qué puedo hacer por ti?
-¿Por qué has invitado a Sara a la fiesta?
-Pues porque he querido, creo que tengo que abrirme a más tipos de gente y además parece una chica simpática e inteligente.
-Mientes fatal.
-No miento. ¡Oh! Ya sé por qué estás tan molesto. Querías llevarla de acompañante y yo me he cargado tus planes, ¿verdad?
-¿Qué dices?¡Si ni siquiera me has invitado!
-¡Ups! Toma tu invitación. ¿Vendrás?
-Sabes que siempre voy, Alexa.
-Sí, lo sé. No perderías una oportunidad así para tu rivalidad con Daniel, ¿no?
Alexander le estiró a la chica del brazo para arrastrarla hasta una esquina.
-¿Qué sabes tú de eso?
-Todo. Lo sé desde el año pasado.
De repente a Alexander se le ocurrió porque había invitado Alexa a Sara a la fiesta.
-Daniel irá a la fiesta.
-Por supuesto. ¿Acaso lo dudabas?
-¿Cuánto te ha pagado? – preguntó Alexander, agresivo.
-No me ha pagado nada. Le he invitado como a ti. Tenéis que tener las mismas oportunidades.
-Mientes – siseó, arrastrándola a una esquina y agarrándola del cuello.
-Alexander, me haces daño.
El joven aflojó un poco, pero no se calmó.
-Dime lo que sepas de lo que te traes con Daniel.
-Solamente lo he invitado porque siempre os invito a los dos, para que sea más emocionante vuestra competición. Él me dijo que invitara a Sara, que sería divertido. Le pregunté que qué entendía por divertido, pero no me contestó. Me prometió uno de sus coches si me encargaba de que Sara estuviera en la fiesta y yo permaneciera con ella, integrándola en “nuestro mundillo”. Empecé a decirle que no, que Sara no pegaba nada con nosotros, pero él se puso nervioso y ya sabes cómo es él cuando se enfada. Y le dije que yo me encargaba de todo – dijo Alexa, atropelladamente y asustada.
La chica sintió que la presión se aflojaba un momento pero luego volvió.
-¿Eso es todo?
-Sí, sí. Es todo. Te juro que no sé nada más. Por favor, suéltame.
Alexander la soltó, ya más relajado. Alexa se pasó la mano por su cuello dolorido y tosió varias veces. Solo al oírla toser, Alexander se dio cuenta de que le había hecho daño.
-Perdóname, ya sabes que a veces pierdo el control. ¿Estás bien?
-He estado mejor – contestó ella, ya repuesta y arreglándose el pelo.
-Vale. Nos veremos en la fiesta.
-Adiós Alexander.
El joven vio como Alexa se alejaba con sus típicos y elegantes andares, como si nada hubiera pasado segundos antes. Cuando la Pinkstone salió de su ángulo de visión, sacó su móvil y llamó a Daniel.
-Dan, soy Alexander. Tengo que hablar contigo – permaneció un momento en silencio –. Sí, tiene que ser hoy, esta noche – otro silencio –. Vale. Allí estaré.
Cerró la tapa tras su breve conversación y echó a andar con paso decidido por el pasillo.

Una vez hubo terminado de repartir sus invitaciones, Alexa regresó a su habitación, dispuesta a relajarse. Aquel año compartía habitación con su prima Naty. Su prima no es que fuera especialmente una compañía de su gusto, pero… la prefería a Mirela. Su mejor amiga, la guapísima italiana, era una chica genial pero tenía demasiados peros. Uno de ellos era la insistencia. Alexander la había rechazado ya tres veces, pero Mirela estaba empeñada en que lograría salir con él aunque fuera lo último que hiciera. Y si lo que Alexa empezaba a sospechar era cierto, si Mirela conseguía ser novia de Alexander, sería lo último que hiciera. Su prima no estaba en el cuarto. Seguramente estuviera paseándose y pavoneándose de quién era su prima.
Se sentó delante del ordenador y lo encendió. Mientras esperaba a que se cargara, se quitó los zapatos de tacón y se calzó unas bonitas bailarinas doradas. A esas horas del día, tarde noche, ya se había quitado su uniforme y vestía algo “sencillito” para su gusto. Por fin se cargó y pudo meterse en internet. La página web de C.W.S. le dio la “bienvenida”. Sonrió al ver la pestaña rosa del lateral derecho de la página, justo encima de la pestaña de deportes. Una E plateada estaba en su pestaña rosa. Aquella era su “zona” y la de sus vips. Estilo, Encanto y Elegancia eran las tres E de Alexa.
Cogió un post-it y escribió: Inaugurar “E: My Zone” y dar las contraseñas a las chicas. Siguió buscando por las pestañas hasta que encontró la que en ese momento le interesaba. SZone. Si aparecías en los chismorreos y noticias de SZone ya eras famoso en C.W.S. y rara era la semana en la que Alexa no aparecía en aquella página. Hizo clic en la pestaña y entró en el “recibidor” de SZone. Allí estaba la nota que Alexa ya se sabía de memoria de tantas veces que había entrado.
Querido compañero, ávido por conocer los cotilleos, escándalos y noticias que pueblan tu escuela:
Los tres reporteros: Secret, Scandal y Silence te damos la bienvenida y deseamos que tu interés sea saciado.
Y recuerda, si tienes un secreto, despídete de él porque nosotros lo destaparemos.
Aquella última frase era la más cierta de todas, la mayoría de las veces destapaban los secretos de muchos.
Siguió avanzando por la página hasta el archivo de noticias del curso pasado.
-Noticias de mayo… ¡Aquí están!
Bajó hasta le que le interesaba. Allí estaba la foto, devolviéndole una mirada limpia y clara. Ann Van Der Hole había conservado esa bonita mirada hasta el día en que la encontraron muerta en el campo de golf. Ann y ella habían sido compañeras de clase y habían hecho amistad muy pronto. Nadie más que Alexa lamentaba la muerte de Ann y, en cierto modo, la reina de C.W.S. se culpaba de la muerte de su amiga. Pero ahora Alexa tenía la oportunidad de encontrar a quién la había matado.
Se sobresaltó al escuchar la puerta de su cuarto abriéndose y se precipitó a cerrar la tapa de su portátil. Una cabellera castaña se asomaba por la puerta.
-Toc, toc. ¿Alexa? – preguntó una voz cantarina –. La puerta está abierta.
-Mirela, guapa. Pasa, pasa. Estoy aquí.
-Alexa, ¿qué haces aquí dentro con la noche tan bonita que hay?
-Solo buscaba una cosa.
-Estás muy pálida.
-No es nada, Mirela.
-Vale. Mejor. Tienes que estar perfecta para la fiesta – dijo la italiana, con una sonrisa –. Hablando de la fiesta… Habrás invitado a Alexander, ¿verdad?
-Claro. ¿Por qué lo preguntas? – justo después de decir eso, Alexa se dio cuenta de porque lo preguntaba - ¿Todavía sigues con eso? Ya sabes que no quiere salir contigo. No entiendo por qué sigues humillándote de esa manera.
-Le quiero.
-¡Estás obsesionada con él! Además… Te mereces alguien mejor que Alexander; él no es una buena persona.
-No lo conoces.
-Creo que lo conozco mejor que tú – dijo Alexa, recordando la conversación que había tenido con él.
-¡Ah! ¿Así que es eso? Crees que tú le gustas más e intentas disuadirme de salir con él para quedártelo tú – acusó Mirela a su amiga.
-Yo aspiro a algo mejor que ese chico. Además, es peligroso.
-¿Qué te has fumado? Es el primer día y ya estás paranoica.
-Ven – le dijo Alexa, tomándola delicadamente de la muñeca. Acercó una silla más al escritorio y abrió el portátil –. ¿Te acuerdas de Ann?
-Claro. ¿Qué haces revolviendo la muerte esa chica?
-Creo que Alexander la mató.
-¡¿Qué coño dices?! ¿Cómo iba a matarla Alexander?
-Mira esto – dijo Alexa, apartándose el pelo del cuello para mostrarle a Mirela los moretones que Alexander le había hecho.
-¡Dios mío! ¿Quién te ha hecho esa salvajada? – exclamó Mirela, escandalizada.
-Alexander. Cuando se enfada pierde el control de si mismo. Por eso creo que mató a Ann. Verás, Ann y Alexander estuvieron saliendo unos cinco meses. Pero Ann me contó que no soportaba los enfados de Alexander y el verlo tontear con tantas chicas y yo le dije que lo dejara, y eso hizo Ann, lo dejó. A los tres días la encontraron muerta – Alexa tomó aliento antes de continuar –. Mi teoría es que a Alexander no le sentó nada bien que Ann lo dejase y se enfadó tanto que perdió totalmente el control y acabó matándola.
-Alexander no haría eso. No creo que sea así.
-Por favor, Mirela, ayúdame a saber quién la mató. Si fue Alexander me sentiré culpable el resto de mi vida.
-Entonces, tal vez sea mejor que nunca sepas quién lo hizo. Además, nunca buscaría pruebas para culpar a Alexander. Lo amo.
Alexa resopló molesta. Mirela era realmente insistente.
-Pues entonces ayúdame a demostrar que Alexander es inocente y así yo no me sentiré culpable.
Entre ellas se formó un silencio incómodo. Ni a Mirela le interesaba revolver un asesinato, ni Alexa dejaría eso quieto. Mirela ya sabía que si a Alexa se le metía algo entre ceja y ceja nadie se lo podía sacar. Alexa era así.
-Lo siento, Alexa, no voy a ayudarte. Si la policía no encontró nada la semana de después, tú no vas a poder encontrar nada después de cuatro meses.
-Algo encontraré.
-Te meterás en líos.
-Mi dinero me sacará de ellos.
Mirela no pudo evitar torcer el gesto mientras se dirigía a la puerta. “Alexa y su dinero”, pensó.
-Mirela, ¿sigue en pie lo de salir el viernes de compras?
-Claro que sí.
Las dos se despidieron con una sonrisa y siguieron con sus cosas.


Después de la cena, Sara y su nuevo grupo de amigos fueron a una de las salas comunes que había en el internado. Allí, tras charlar un rato, se pusieron a jugar a las cartas para matar el tiempo. Al parecer, pasar un rato juntos por las noches era una costumbre de su nuevo círculo de amistades. Todos menos Shio-Lin. La muchacha asiática no estaba con ellos por las noches y, era entonces cuando Mario estaba más “apagado”, pero intentaba ser lo más simpático posible con Sara. Realmente, Sara estaba contentísima de tener como amigos a esas personas tan maravillosas: Lena, era ya su mejor amiga, Richard, que siempre lucía una sonrisa capaz de alegrar al más triste, Mario, se había convertido en una especie de “hermano mayor” para ella y en un “hermano adoptivo” para Lena, y Alex que… simplemente no se separaba de ella.
Tras pasar un buen rato jugando a las cartas, y perdiendo casi todas las partidas, Sara se fue ya a su cuarto, donde se encontró con Eva. La chica la miró por el rabillo del ojo, pero no la saludó.
-Hola – dijo Sara, educadamente.
-Buenas – contestó Eva, sin ganas.
Sara se dio cuenta de que a su compañera no le apetecía mucho hablar así que no le preguntó qué tal le había ido su primer día de clases. Sara sacó su pijama de debajo de la almohada y se fue al baño. Se duchó y se aseó para irse a dormir. Intentó hacerlo lo más rápido posible para no ocuparlo mucho rato, pero Eva no dio señas de querer usar ella el baño. Cuando salió vio todas las luces apagadas, Eva ya se había echado a dormir. Así que ella hizo lo mismo, intentando no hacer ruidos que pudieran molestar a Eva. Cuando se hubo acomodado, la voz de Eva rompió el silencio.
-Así que Alexa Pinkstone te ha invitado a su fiesta. No sabía que Alexa daba fiestas.
-¿Has cotilleado mis cosas? – preguntó Sara, molesta.
-No. ¿Por qué iba a cotillear yo tus cosas? Estaba en el escritorio y lo leí – explicó Eva. Tras quedarse en silencio, Eva añadió –. Tal vez os haga una visita.
Sara no supo que decir, esas últimas palabras de Eva le habían sonado a amenaza. Esperó a ver si la chica añadía algo más, pero ya no dijo nada y Sara se durmió tan profundamente que no se enteró de que su otra compañera, Shio-Lin, volvió pasadas las doce.

A la mañana siguiente todos tuvieron que levantarse más pronto para desayunar y llegar a tiempo a las clases. Como la mañana anterior Sara fue a sus clases con Alexander de guía. Mario, Richard y Lena fueron juntos hacia el ala de ciencias, aunque luego se separaron para ir cada uno a sus respectivas clases.
Algo lejos de allí, Eva entraba a su primera clase del día. Matemáticas. Entró disparada a “su sitio” por si alguien se quería sentar allí, pero no hizo falta porque sus compañeros de clase habían respetado su sitio. De hecho, ya la llamaban “la chunga” por lo de su enfrentamiento con Alexa. Pasaron diez minutos y el profesor no aparecía, así que la clase, que hasta entonces había estado más o menos en silencio y calmada, comenzó a alborotarse. Sin que nadie se enterase, la puerta se cerró de golpe. El profesor acababa de entrar en el aula. Solo llevaba unos cuantos folios y un periódico bajo el brazo. Se hizo un silencio sepulcral mientras el recién llegado dejaba sus pocas cosas sobre la mesa y empezaba a escribir en la pizarra. Muchos comenzaron a cuchichear y a comentar lo complicado que era lo que estaba escribiendo.
-Buenos días, ricachones y ricachones. De ahora en adelante voy a ser vuestro profesor de matemáticas y voy a conseguir que sepáis hacer ejercicios la mitad de difíciles que éste de aquí – dijo señalando la pizarra – porque está claro que esto no lo sabréis hacer hasta dentro de …, bueno, nunca haréis uno así.
Los alumnos se miraron unos a otros, algo confundidos.
-Soy Joaquín Rubio, y no quiero que me llaméis ni por mi nombre ni por mi apellido, me llamaréis profesor o señor. Ahora necesito saber cuál es vuestro nivel y por eso vais a hacer una prueba…
-¿Un examen? – preguntó escandalizada una chica.
-Si lo quieres llamar así… Yo prefiero llamarlos pruebas – contestó el profesor, despreocupado –. Así que venga, todo fuera de las mesas.
Con desgana, todos, salvo Eva, recogieron sus cosas y solo dejaron un bolígrafo y una calculadora. El profesor comenzó a repartir los exámenes en silencio, hasta que llegó a la única mesa que estaba sin recoger.
-¿No piensas recoger?
-¿Es necesario hacer el examen?
-Completamente necesario aunque, en tu caso, me conformo con que escribas tu nombre.
Eva recogió su mesa y Joaquín Rubio le entregó en examen y ella empezó a hacerlo.
-Tenéis las dos horas de clase para hacerlo y cuando lo terminéis, podréis iros (aunque no lo terminaréis antes de hora). Más os vale esforzaros, porque este examen os va a clasificar en mi clase durante todo el curso. Si hacéis una mierda de examen yo os trataré como a una mierda de alumnos.
Varios jóvenes tragaron saliva, preocupados. A partir de entonces, se hizo un silencio total, que solo se rompía cuando el profesor pasaba las páginas del periódico que leía con los pies sobre la mesa o cuando algún alumno golpeaba las teclas de su calculadora para introducir cifras y hacer cálculos.
Cuando quedaban veinte minutos para que terminase la doble hora de matemáticas, Eva se levantó con el examen en una mano y su mochila en la otra. Dejó el examen en la mesa del profesor y se dirigió hacia la puerta.
-Para poder irse el examen debe de estar completo, señorita – le espetó el profesor, sin apartar los ojos del periódico.
-Está completo, corríjalo ahora si quiere. Además le he dejado una sorpresita en el examen.
Acompañada de los quince pares de ojos de sus compañeros, Eva salió del aula dejando anonadado al profesor, que se abalanzó, casi literalmente, sobre el examen de Eva Marín. Pasó el resto de la hora corrigiendo el examen, buscando, prácticamente con lupa, algún error, algún mínimo fallo en el examen. Pero no encontró ninguno. Todo estaba perfecto. Pero aquello no era lo más impresionante. Lo que más le llamó la atención fue que, en la última hoja, estaba resuelto el problema de la pizarra y Eva había añadido una nota al final:
“Con que nunca haríamos un ejercicio así, ¿eh?”
-Joder – murmuró impresionado el hombre.
En cuanto tocó el timbre y hubo recogido el resto de exámenes salió a toda prisa de clase. Sabía perfectamente que solo tenía la media hora del recreo para buscar lo que quería, pero aún así no pensaba echarse atrás. Aquella chica tenía que ser extraordinaria, su examen lo demostraba.
Llegó a la puerta del despacho del director de Center World School y entró sin trucar. Sentado en un enorme sillón negro, hablando por teléfono y frente a un imponente despacho de madera de roble estaba el director. Detrás de él había un enorme ventanal por el que se veía de forma privilegiada el acantilado que daba al mar y los campos de golf que poseía la escuela. Colgadas es las paredes había numerosas fotos de las distintas promociones que habían pasado por C.W.S.
Joaquín no le dedicó mucho tiempo a examinar el despacho, se dirigió directamente frente al director.
-Señor, necesito…
-Ahora estoy algo ocupado – dijo el director, mientras seguía hablando.
El profesor de matemáticas resopló molesto. No tenía tiempo para las conversaciones estúpidas del director, así que le colgó el teléfono.
-¿¡¿Qué…?!? – balbuceó el hombre, con el teléfono en la mano, alucinado.
-Necesito ver las notas de Eva Marín. Ahora.
El director le dirigió una larga mirada por encima de las gafas que llevaba. Le dijo que esperase un momento y, a los cinco minutos, regresó con una carpeta gris bajo el brazo. Joaquín se abalanzó sobre la carpeta y observó, incrédulo, que todas las notas de Eva, desde primero de la E.S.O., eran dieces.
-Madre mía… Esta chica es un genio. ¿Por qué la tienen en una clase normal?
-Sus padres solicitaron eso en la matrícula. Es problema suyo.
-¿Pero por qué mierda no hacen nada?
-Ya se lo he dicho, es cosa de sus padres.
Ninguno de los dos dijo nada más, se quedaron en silencio, los dos con los ojos fijos en la carpeta de Eva.
-Ya me dijeron que usted era un profesor un tanto… peculiar. Pero no imaginaba que irrumpiría en mi despacho y que me colgaría una importante llamada del señor Stone sólo para conseguir las notas de una alumna. Y luego, además, quejarse de nuestras matrículas.
-El fin justifica los medios, señor. Espero que recuerde esa frase, al menos durante el tiempo que yo esté aquí dando clase.


En el recreo, Sara iba buscando a Lena, pero no había forma de encontrarla. Unos minutos antes, Alex le había dicho que se iba a buscar a un amigo con el que necesitaba hablar y Sara le había dicho que se fuera, que ella ya buscaría a Lena y Richard. Al cabo de diez minutos dando vueltas, desistió de encontrarlos. Decidió entrar dentro del edificio y se sentó en uno de los sillones que había por los pasillos para descansar. A los pocos minutos, un chico apareció a su lado y se quedó mirándola fijamente. Sara tragó saliva intimidada por la mirada del chico.
-Hola – la saludó él –. Eres Sara, ¿verdad?
-Sí. Y ¿tú eres…?
-Daniel. Alexander me habló de ti y, como te he visto sola, pues quería saludarte.
-Ah, que bien – dijo Sara, visiblemente incomoda –. No te he visto ningún día por los pasillos ni en el comedor. ¿A qué clase vas? – preguntó, por intentar sacar un tema de conversación antes de que llegase uno de los silencios incómodos que tanto detestaba.
-Normal que no me hayas visto. No voy a ninguna clase. Un profesor particular viene a mi habitación a darme las clases. Y también me llevan allí la comida.
-¿Por qué?
-Por mi enfermedad. Llevó así desde los cinco años. Al no salir casi de mi habitación no es que tenga muchos amigos, pero Alexander es uno de ellos.
Sara se apartó un poco de él al oír la palabra “enfermedad”. Daniel se rió al verla apartarse.
-Tranquila, que no es nada contagioso. Es psíquico, creo. Bueno, no lo entiendo muy bien. Ya sabes, cosas de médicos que la gente normal no entendemos.
-Sí, es muy difícil entenderlos – asintió Sara, riéndose.
-Creo que ya te he contado demasiado sobre mí. ¿Qué hay sobre ti? Alexander no me a dicho nada más que vas a clase con él.
-Sí voy a clase con él. Quiero ser psicóloga.
-¡Uao! Irás a la Atlantic Star University, ¿no?
-Pues no lo sé. Si me dan otra beca.
-¿Qué? ¿Estás aquí con beca?
-Sí.
-Vaya. Yo creía que eras rica… Vistes mejor que muchas de las ricas niñas de papá que he visto por aquí.
-Intentas… ¿alagarme?
-Te lo digo de verdad, pero si que quiero alagarte – Sara se sorprendió. De pronto Daniel le preguntó –. ¿Eres española?
-Sí, ¿cómo lo sabes?
-Por tú acento. Hablas muy bien inglés. ¿Te gusta Bécquer?
-Pues sí. Es mi poeta favorito.
-Si algún día vienes a mi habitación a visitarme, te recitaré algo. ¿Vale?
-Vale. Y, ¿va mucha gente a tu habitación?
-Psss.… De vez en cuando vienen almas caritativas a hacerme compañía durante un rato.
Sara alzó las cejas.
-Bueno, creo que me tengo que ir ya – dijo Daniel –. Oye, mejor no le digas a Alexander que he hablado contigo, ¿vale? Es que ayer se mosqueó un poco conmigo y no quiero que sepa que he hablado contigo. Para él eres casi “su chica” y él con sus cosas es… bastante territorial, ¿sabes?
-Vale, tranquilo, no hay problema – dijo Sara, algo impactada por lo que Daniel le había dicho sobre Alex.
Daniel se levantó para irse, pero Sara también se levantó.
-Aún no me has dicho cuando volveremos a hablar. Yo te iría a visitar a tu habitación algún día pero no me has dicho donde está.
-Mira, cuando quieras hablar conmigo, quédate sola como ahora y yo ya te encontraré – le dijo, guiñándole un ojo –. Adiós, preciosa.
Tras darse dos besos, Daniel se fue y Sara volvió a sentarse.
-Ay, Sarita, en qué líos te estás metiendo. Tienes detrás a dos chicos, que además son amigos, y los acabas de conocer. Madre mía, ¿pero tú has visto como te ha cogido Daniel de la cintura solo para darte dos besos? ¿Y Alex? Que les dice a sus amigos que tú eres “su chica”. Lo que tienes ya encima en menos de 3 días. Uff – pensaba Sara, recostada en el sillón.


Cuando Daniel se quedó solo en el pasillo, sacó su móvil y llamó a Alexander. No esperó a que él dijera “diga” o cualquier otra cosa, en cuanto oyó que descolgaba dijo:
-Ven a la esquina, ahora.
Y colgó. Daniel se dirigió hacia el meeting point que Alexander y él tenían. No era exactamente una esquina, pero ellos lo llamaban así. Era el hueco que había dejado la antigua escalera de incendios en la parte norte del edificio principal del instituto. Casi nadie pasaba por allí porque era la zona más húmeda y sucia del internado. Daniel fue a toda prisa, evitando, siempre que podía, a los demás estudiantes. Aunque a lo que llegó, Alexander ya estaba allí.
-¿Qué quieres? – le preguntó Alexander, molesto.
-¿Cuántas llevas?
-¿Solo quieres saber eso? Eres increíble… No sé si sabrás que yo ahora tengo clase, ya sé que tú no porque das con tu profe particular pero podrías tener algo de consideración.
-¿Cuántas llevas? – repitió Daniel.
Alexander resopló.
-Por ahora ninguna, sólo llevamos tres días de curso.
Daniel intentó contener una cruel carcajada, pero no lo logró. Su “amigo” le echó una mirada asesina.
-¿Ni siquiera tu amiguita la becada?
-¿Qué sabes tú de Sara? – rugió Alexander.
-Bastante, no te creas. Sé que a ti te gusta, te gusta de verdad, no para un polvo y ya está. Por eso no llevas ninguna tía aun – mientras Daniel hablaba, Alexander tragó saliva e intentó mantenerse sereno y no mostrar sus emociones. Si lo hacía, le estaría dando una enorme ventaja psicológica a Daniel –. Por eso te propongo algo: vamos a poner el primer reto del curso. Tenemos hasta el lunes a las seis de la tarde para tirarnos a Sara, y valdrá diez puntos. ¿Te atreves?
Alexander volvió a tragar saliva. Aquel chico lo estaba poniendo en un gran aprieto. Si se negaba, Daniel vería confirmadas sus suposiciones. Y, si aceptaba podían pasar dos cosas: o que perdiera, y ya tendría bastante lejos el triunfo de su “competición, o que ganase y, seguramente, perdiese a Sara para siempre. Pero tenía que decidir rápido porque Daniel no dejaba de evaluarlo con la mirada.
-Acepto.
Se estrecharon las manos y se despidieron. Daniel se fue a su habitación y Alexander fue corriendo a su clase, que ya hacía un par de minutos que había empezado. Cuando llegó, se sentó junto a Sara, que estaba sola. No prestó nada de atención en toda la clase. Tenía la cabeza en otros asuntos. Sara no era como casi todas las ricas que conocía, que no les importaba echar un polvo con el primero que se le cruzase por delante. Le haría falta un milagro o… De pronto le llegó la inspiración. Solo una persona podía ayudarle: Alexa Pinkstone.

martes, 2 de junio de 2009

La prima de la Pinkstone

La prima de la Pinkstone
Por la mañana, a Sara la despertó la alarma de su móvil. Eva ya no estaba y Shio-Lin seguía durmiendo plácidamente en su cama. Sara se estiró antes de levantarse y buscó en su armario su uniforme de C.W.S. Después de vestirse y peinarse, preparó su mochila y se dispuso a salir. Pero antes se miró al espejo. Se encontró extraña al verse con la chaqueta azul de estilo masculino, ceñida a la cintura, la camisa blanca, la corbata de color roja a rayas doradas, la falda negra por encima de la rodilla y las botas altas, del mismo color que la falda. Se veía muy extraña. Nunca había llevado uniforme. Se colgó la mochila al hombro y salió, no sin antes haber despertado a Shio-Lin.
En el comedor se encontró con Lena y su hermano Richard. La joven observó que la mesa que la noche anterior había visto vacía, ahora estaba repleta de manjares: pan, queso, jamón, fruta, pasteles, zumos, yogures, tartas … de todas las clases posibles, tantos tipos posibles para elegir que casi agobiaba. Ella jamás había visto tanta comida junta. Lena y Richard ya habían cogido su desayuno y estaban devorando sus respectivas tostadas. Sara dejó la mochila al lado de su silla y fue a por algo de desayuno. Le apetecía un trozo de tarta de manzana, pero cuando llegaba se dio cuenta de que ya no quedaba. Alexander se llevaba el último trozo. Sara suspiró y se quedó mirando con lástima el trozo de tarta.
-Buenos días, Sara - la saludó Alexander -. Umm, por tu cara diría que te he quitado el trozo de tarta que tú quieres.
Sara se rió. El joven había dado en el clavo.
-Pues sí. Tiene una pinta deliciosa.
-Tienes toda la razón, está deliciosa. Creo que es lo único que he echado de menos de C.W.S.. Pero creo que podré estar un día más sin saborearla. Toma - dijo Alexander, pasándosela a Sara con cuidado -. Disfrútala porque mañana no seré tan compasivo.
-Gracias, Alex - le dijo ella, agradecida.
-Alex … - repitió él, pensativo -. Suena bien. Me gusta - dicho esto, fue en busca de otra tarta.
Después de llenar sus platos de comida, Sara y Alexander se sentaron con los hermanos mellizos.
En ese instante hizo su aparición en el comedor la “Reina de C.W.S.” seguida por su séquito de perritas falderas.
Sara nunca había visto a alguien llevando un uniforme con ese estilo. A su lado, Sara, parecía una piltrafa.
Ella era Pinkstone, Alexa Pinkstone. La hija de Seth Stone, un hombre que había comenzado con una pequeña empresa y había acabado como un magnate de los negocios en poco tiempo. Aunque el apellido de su padre fuera Stone, ella no era Stone: era Pinkstone. Una prueba más de su forma de ser. Para ella, C.W.S. era casi como su casa, aunque echaba de menos el Diamont High School, su antiguo colegio, también elitista.
Toda chica pija que se preciara, tenía que ser amiga de Alexa Pinkstone. Aunque para Alexa, aquellas chicas, no eran más que su cortejo de reina. Pero Alexa si que tenía una amiga de verdad, la única pija que estaba a su altura: Mirela. La familia de Mirela había sido una familia con suerte, con mucha suerte. Primero habían recibido una herencia y después ganaron una auténtica millonada en la lotería. La mayoría de estos millones fueron invertidos en bolsa por su padre. Y acabaron triplicándose. Demasiada suerte. Sin duda alguna, lo que cientos de chicas de todo el mundo sueñan.
Sara siguió con la mirada a Alexa, hasta que la “reina” se sentó. Sacudió la cabeza. Estaba claro quien mandaba en aquella escuela.
-Ya ha llegado la reinita - masculló Alexander.
-¿Tú la conoces? - le preguntó Sara.
-Sí, por desgracia. A ella y a Mirela - contestó él, señalando a Mirela, que acababa de entrar seguida de cinco perritas falderas que se reían escandalosamente, atrayendo todas las miradas del salón -. Fui con ellas el curso pasado. Por suerte para mí, he repetido.
-Vaya. No sabía que eras repetidor.
-No me arrepiento. Es mejor. Así conozco a más gente y me quedaré aquí un año más, comiendo tarta de manzana.
Sara se rió. Le parecía increíble que Alexander se tomara el haber repetido con tanto humor. Al poco tiempo llegó Mario, y poco después Shio-Lin. Todos charlaron mientras desayunaban. Sara se percató de la tensión existente entre Mario y su compañera de cuarto. No podía evitar preguntarse que había ocurrido entre ellos.
Cuando quedaba un cuarto de hora para que fueran las nueve, Lena empezó a meterles prisa porque si no, no llegarían a la hora al salón de reuniones. No tuvieron más remedio que hacerle caso a Lena y ponerse en marcha. Llegaron de los primeros y pudieron elegir una fila para sentarse todos juntos. Sara se sentó junto a Lena, que era tan charlatana como su hermano. Y, como no, Alexander se sentó a su otro lado. Pudo ver que como Shio-Lin fijaba en ellos sus ojos rasgados, centelleando de ira. Sara no sabía que podía ver la asiática de malo en que fuera amiga de Alexander.
Poco a poco, el salón se fue llenando y, a las nueve en punto, exactamente, aparecieron en la tarima el director y los profesores de C.W.S.. El director soltó un discurso del que Sara no escuchó nada, ya que Alexander no dejaba de susurrarle bromitas al oído y ella tenía que reprimir la risa. Después del discurso, comenzaron a llamar a los alumnos por orden alfabético para entregarles su horario de clases y actividades extraescolares, que habían reservado antes de llegar al colegio.
No tardaron mucho, relativamente. A las once tenían que estar ya en su clase correspondiente. Alexander y Sara se fueron juntos a su clase de historia. Mario, Richard y Lena hacían el bachillerato de ciencias y Shio-Lin el de artes. Mario y Shio-Lin eran los únicos del grupo que hacían segundo. Mientras Sara iba a clase, guiada por Alexander, se fijó en que por el pasillo había visto a Eva, su otra compañera de cuarto.
Eva también había estado en el salón y había recibido su horario. Se dirigía a su primera clase, la de español. Cuando entró, supo exactamente a dónde dirigirse: última fila, junto a la ventana. Siempre en el mismo sitio. Pero había una mochila al lado de la mesa, pero nadie estaba en la mesa. Una sonrisa malvada cruzó su rostro. No se lo pensó. Le dio una patada a la mochila. Mandándola dos mesas más lejos. Se sentó en su sitio y esperó.
Al poco rato fue una chica hacia ella, con expresión enojada. Era castaña, con el pelo rizado, de ojos claros. Tenía una cara bonita, pero desentonaba un poco su nariz regordeta.
-¿Por qué estas sentada aquí? - preguntó casi gritando la chica.
Eva hizo una pompa con el chicle y la explotó, con calma.
-Es mi sitio.
-No. No lo es. Yo estaba aquí antes.
-No estabas. Solo tu ridícula mochila.
-Pues ya está. Está mi mochila. Además este sitio no es tuyo. Ni siquiera pone tu nombre - añadió en tono infantil.
-¿Qué no pone mi nombre? - preguntó Eva, sacando una pequeña cuchilla y escribiendo en letras bien grandes su nombre en la mesa de madera -. Ya está. Ya pone mi nombre. ¿Contenta?
La chica la miró atónita.
-No sabes con quien te estás metiendo. Soy prima de Alexa Pinkstone.
-Como si me dijeras que eres prima de la cerdita Peggi. Me da igual - le gritó a la cara a la chica, separando las palabras.
La chica, tras lanzarle a Eva una mirada cargada de ira, recogió su mochila y buscó otro pupitre donde sentarse.
Enseguida entró la profesora de español. Era una mujer joven, rubia de bote y de ojos de un tono azul profundo. Eva se preguntó cuántas más rubias de bote iba a tener que soportar en aquella estúpida escuela. Era atractiva, serena y, algo en su expresión, denotaba que iba a ser una profesora dura. La profesora se presentó, su nombre era Sylvi Morrow, y después pasó lista. Al ser la primera clase, no empezó a dar clase, sino que les explicó como iban a trabajar, lo que iban a dar … Eva no había fallado: era realmente dura. Tocó el timbre y todos salieron del aula; todos menos un chico pecoso, con granitos y al que le sobraban un par de kilos. Éste se acercó a la profesora. Mientras salía del aula, Eva supo que él iba a ser el típico alumno empollón que siempre hace preguntas raras y retorcidas a los profesores.
Entre clase y clase había un break de diez minutos. La joven macarra se dirigió al taller, donde tenía su siguiente clase. Tuvo que consultar el plano que había tras su horario, pues preguntar al la gente no era lo suyo. Torció una esquina, mientras miraba al plano y chocó contra alguien.
-¡Qué asco! - exclamó una voz estridente con un tono que Eva identificó enseguida: una pija -. ¡Me has tocado!
Eva levantó la vista del plano para encontrarse frente a Alexa Pinkstone. Las dos pusieron la misma cara de asco y repulsión.
-Tranquila. Yo te tengo más asco - soltó Eva.
-Ésta es la que te he dicho - dijo otra voz. Era la chica de la clase. La prima de Alexa Pinkstone.
-¡Ah!¿Así que tú eres la que le ha quitado el sitio a mi prima?
-¡Oh!¡Qué miedo tengo! La niñita se lo ha contado a su primita mayor para que la defienda.
Entre los alumnos se había empezado a formar un corrillo. Aquello solo podía acabar en pelea.
-Mira, niñata, no sé qué te habrás creído que es este colegio, pero, desde luego, yo no voy a dejar que tú lo fastidies - dijo Alexa.
-Bonito discurso. Te ha debido de costar mucho encontrar las palabras para expresarte. Tengo una duda, ¿has sido siempre tonta o solo lo eres desde que te teñiste?
-Mira… - Alexa estaba roja de ira, y no sabía el nombre de su “enemiga”.
-Eva. Y ¿tu nombre cuál es, pijita?
-¿¡¿No lo sabes?!? - exclamó la prima -. Ella es Alexa. La reina de C.W.S.
-Habla cuando te pregunte, lame culos.
-No le hables así a mi prima.
-¿Esto es entre nosotras o por tu primita querida? - preguntó Eva, divertida. Le encantaban las peleas, los escándalos. En esa situación estaba en su salsa.
-Por mi prima - le contestó Alexa.
Eso no le gustó tanto a Eva, así que se dio la vuelta para marcharse.
-Anda y que te jodan - le dijo.
-Jódeme tú, no te digo - masculló Alexa. Eva la escuchó a pesar de los murmullos de los chicos y chicas que les hacían corrillo.
Se volvió hacia ella y le cogió un mechón de pelo, con fingida delicadeza, para susurrarle al oído:
-Ya sé que te traigo loca y que eso te encantaría.
Entonces se fue. El corrillo comenzó a dispersarse, ya no había nada que ver. Alexa estaba roja a causa del enfado. Permaneció de pie, en el mismo sitio, quieta. Se pasó los dedos por el mechón de pelo que Eva le había tocado. Soltó un gritito al ver que los dedos se le pegaban al pelo y otro grito más fuerte al ver que Eva le había pegado un chicle en el pelo.
-¡Eva!¡Esto es la guerra! - gritó en medio del pasillo.
Algunos, los que no habían visto nada entre ellas, la miraron asustados y extrañados. En la puerta del taller, Eva, que había oído las palabras de Alexa, sonrió satisfecha. A lo mejor, estar allí tenía algo de bueno: putear a Alexa Pinkstone todo el curso.

Aquel día solo tuvieron dos horas, después ya les dieron libre a todos. Después de comer con sus nuevos amigos, Sara se fue con Lena a dar una vuelta por todo el colegio. Sin dudas para Sara, Lena era una chica fantástica y le habría gustado tenerla como compañera de habitación. Porque con Eva no había tenido ningún trato y Shio-Lin… Con Shio-Lin las cosas estaban un poco tensas dentro del grupo. No hablaba ni con Mario ni con Alexander y con Lena y Sara no tenía mucho trato. El único con quien hablaba era Richard.
Sara seguía pensando en sus nuevos amigos cuando volvió a la conversación que estaba teniendo con Lena.
-Y esto es el ala este. Aquí hay dos grandes salones para fiestas. Los puede alquilar todo el mundo, siempre y cuando te lo puedas permitir.
-Umm. ¿Por qué hay dos? ¿Es qué no basta solo con uno?
-Uno es relativamente más pequeño que el otro. Ahora estamos en la planta del más grande. En la de arriba está el “pequeño”, que es el que suele alquilar Alexa Pinkstone para sus fiestas.
-¿Alexa da fiestas?
-Oh, sí. Cuando tu te fuiste ayer a dormir, Alexander y Mario estuvieron contándonos sus “batallitas” en las fiestas de Alexa. Seguro que a la semana que viene ya dará una. Aunque no creo que nosotras seamos invitadas. Sólo invita a “la crem de la crem” y a su selecto circulito de amigas.
-Psss. Si no me invita a mi me da igual, no paso ninguna pena por no ir a la fiesta de una niña rica.
-Pero… si deja llevar acompañante tú seguro que entrarás. Alexander te llevaría de pareja.
-¿Alexander? ¿Alexa invita a Alex?
-Sí. Pero no me preguntes por qué, porque no lo sé.
-¿Dices que Alexander me llevaría? - preguntó Sara, al darse cuenta de lo que Lena le había dicho: “Alexander te llevaría de pareja”.
-Sí, claro. Le gustas. Anda embobadito contigo. No me digas que no te habías dado cuenta.
-Pues… no había pensado en ello.

Alexa iba andando por los pasillos con un montón de sobres plateados en las manos y, por muy raro que pareciese, iba sola. Solamente iba sola cuando tenía un proyecto especial entre manos, como en esa ocasión. Tenía que repartir las invitaciones para su fiesta. Estaba buscando nuevas personas para su circulito y la fiesta era la mejor ocasión para conocerlas y saber si podían entrar en él. Vio a lo lejos a Mario y a Alexander, parecían estar discutiendo. Pero a ella no le importaba que discutieran se metió entre ellos con su mejor sonrisa.
-Alexander, cielo. Mario, encanto - los saludó, dándoles dos besos a cada uno -.¿Cómo estáis? No nos vemos desde el curso pasado. ¿Qué tal el verano?
Los dos se limitaron a decir un bien, con fingido entusiasmo. Ni ellos querían hablar con Alexa mucho rato, ni ella quería escucharles.
-Tomad, las invitaciones para mi fiesta. Y, chicos, una preguntita. Esa chica nueva que va con vosotros, ¿cómo se llama?
-Sara. ¿Es qué quieres invitarla? - preguntó Alexander, a la defensiva.
-La he visto de lejos y me ha causado buena impresión. ¿Sabéis dónde la puedo encontrar?
-Está dando una vuelta por la escuela, sería difícil que coincidierais - contestó Alexander, con frialdad. No se fiaba mucho de Alexa.
-Si quieres te digo cual es su cuarto y le pasas la tarjeta por debajo de la puerta - propuso Mario.
Alexander le lanzó una mirada envenenada, pero ya era tarde. Alexa se llevaba a Mario, agarrada de su brazo.
-Adiós, Alex - se despidió Mario, mientras Alexa lo arrastraba -. Nos vemos a la hora de la cena.
Alexander se quedó de brazos cruzados, quieto y enfadado. ¿Por qué iba a querer Alexa a Sara en su fiesta? No la conocía de nada. Pero así era Alexa, si tenía algún capricho, lo conseguía. Aunque esa vez, Mario se lo había puesto más fácil.
-Hola, A - lo saludó una voz a su espalda.
Se volvió, sabiendo ya a quién se iba a encontrar.
-Hola, Daniel. ¿Cómo vas?
-Bastante bien, gracias. No tengo mucho tiempo porque he quedado con una chica. Solo he venido a decirte que, si todo va bien esta noche, llevaré la primera.
-¿Ya llevarás una? Eres un capullo.
-Ponte las pilas o este año te ganaré yo.
-Pero si el curso acaba de empezar - protestó Alexander -. ¿Te las quieres cepillar a todas en el primer trimestre?
-Eso estaría bien. Adiós, A.
-Adiós, Dan.