martes, 5 de mayo de 2009

Malos rollos

Malos rollos
Durante el resto de la tarde, las tres chicas se estuvieron instalando en el cuarto. No cruzaron palabra. Cada una a lo suyo. Cuando Eva terminó de ordenar sus cosas, sacó su iPod, se lo puso y salió de la habitación sin decirles nada a Shio-Lin ni a Sara. La puerta se cerró de un portazo y Shio-Lin resopló, molesta. Por fin se decidió a hablar.
-Que mal rollo me da esta tía.
Shio-Lin era una chica lista, meticulosa y muy, muy observadora. Se fijaba en todos los detalles, sobre todo, cuando estudiaba a las personas. A eso se había dedicado mientras sus dos compañeras se instalaban.
Por el tono de voz que Eva había usado, sabía que era una chica agresiva, y las cosas que había sacado de sus maletas, apoyaban su teoría. La ropa que traía era, en su gran mayoría, de sport y de tonos oscuros: negro, rojo, granate, morado, algunas poquitas blancas … Pero sobre todo negro.
Sara, en cambio, parecía dulce, angelical e inocente. Su ropa era de colores claros y nada parecía de las carísimas marcas que todos los alumnos de Center World School llevaban. En aquel momento, la chica llevaba un vestido blanco que le sentaba muy bien y era francamente bonito. Seguro que no le ha costado un pastón, pensaba Shio-Lin. El pelo de Sara era rubio, liso hasta los hombros, pero seguía hasta la mitad de su espalda trazando suaves bucles.
Sara se sintió observada y se volvió a mirar a su compañera asiática.
-Pareces buena chica - Sara no supo como contestar a la observación de Shio-Lin, así que se limitó a sonreír-. ¿Has estado alguna vez en Tokio?
-En mi familia el dinero digamos que no sobra como para irnos a la otra punta del mundo - le contestó con cierta frialdad -. El único sitio al que he ido es a un pueblecito de la montaña cuando era pequeña y me iba allí de campamentos. ¿Por qué lo preguntas?
-Sí terminas el curso te invito dos semanas a mi casa de Tokio.
-¿Cómo que si termino?- preguntó Sara con una nota de miedo en su voz.
-Pues eso, si terminas. Aquí somos niños ricos, acostumbrados a tener todo lo que queremos. Y si no lo conseguimos, nos las ingeniamos para tenerlo. No te ganes enemigos ni confíes en nadie, ese es mi lema.
-Pero, ¿los profesores se encargan de controlarnos?
-Que te quede claro, guapa. Aquí no hay control.
Esas cuatro palabras se clavaron como dardos envenenados en la mente de Sara. En ese instante sintió un escalofrío y soledad.
-Mira, yo el curso pasado pasé una semana en el hospital porque me peleé con una zorra a la que le gustaba mi novio - Sara palideció, pero Shio-Lin sonreía al recordarlo -. Sobre todo, ten cuidado con los chicos, y ponles especial atención a Alexa y Mirela. Se creen el centro de C.W.S. sólo porque sus padres son los principales inversores de la escuela.
Sara recordó el momento de horas atrás, cuando había visto a las dos pijas diciendo: “Por fin en casa”.
-¿Bajamos a cenar? Ya tengo hambre - preguntó Shio-Lin. Sara asintió -. Te enseñaré un poco el colegio si quieres.
-Claro.
Salieron de la habitación y Shio-Lin le mostró el camino a lo que Sara creía que sería una cafetería. Pero estaba equivocada. No era como la cutre cafetería de su instituto, no. No tenía ni punto de comparación. Aquello era más impresionante que un restaurante de cinco tenedores. Las mesas estaban repartidas por todo el amplísimo comedor, cubiertas por un mantel blanco y encima de este, otro verde clarito. Ya había alumnos sentados y varios camareros paseaban por el comedor, atendiéndolos. Pero ni los frescos del techo ni la mesa central, preparada para el buffet libre del desayuno, ni los capiteles de las exquisitas columnas eran tan maravillosos como el ventanal de cristal que mostraba el bosque que había alrededor del colegio.
En ese instante, entró Alexander con unos amigos. El grupo de chicos se acercó a ellas. El rostro de Shio-Lin se puso serio al verlos.
-¡Hola Shio! - la saludó un chico moreno y guapísimo. La asiática no dijo ni una palabra, lo miró duramente y con el rostro completamente imperturbable, como si fuese de mármol -. ¿No nos presentas a tu amiga? - preguntó él, incómodo.
-Mario, Richard, … Alexander ya la conoces, esta es Sara - dijo Shio Lin.
Sara saludó a Alexander, al que ya conocía; a Mario, el moreno; y Richard, un chico bajito, pecoso y con algunos granitos, pero con cara de simpaticón. Sara empezó a charlar con Alexander y Richard animadamente, mientras Mario se acercó a Shio-Lin.
-Shio, ven un momento - dijo en voz baja, dándole un tironcito de la manga de la chaqueta.
Salieron fuera.
-¿Qué? - preguntó la chica, de malas maneras.
-¿Por qué te comportas así? No he sabido nada de ti hasta ahora. Ni una carta, ni una llamada, ni un e-mail, nada de nada. ¿Qué diablos te pasa?
-No te importa lo que me pase, ¿no? Entonces por qué te preocupas por mi ahora, el año pasado me trataste como a una basura, ¿sabes? Y no te lo voy a perdonar. Así que ahora no me vengas con el rollo soy un súper-amiguito, porque sabes muy bien que conmigo eso no funciona. Haber pensado antes en las consecuencias.
-¿Pero qué estás diciendo? Yo jamás te traté como a una basura, soy completamente incapaz.
-Eso es lo que tú piensas. Intenta verlo desde mi punto de vista y, si no eres muy idiota, lo entenderás.
Mario la llamó, pero ella ya se había ido.
-¡Mierda! - exclamó, dándole un puñetazo a la pared, liberando toda su rabia.


Lejos de allí, estaba Eva. Después de dar una “vuelta de exploración” había vuelto a la habitación para buscar su guitarra. Tras mucho buscar un sitio donde tocar, había localizado el lugar perfecto: El tejado del colegio. En realidad no era un tejado, más bien era una terraza, pero para el caso lo mismo daba. Desde allí arriba se veía el bosque y otro edificio, que había descubierto que era el pabellón de deportes. Mientras contemplaba el paisaje con la poca luz del día que quedaba, sus dedos se deslizaban por las cuerdas de la guitarra con ternura, casi con verdadero amor. Poco a poco se fueron formando los compases y comenzó la canción.

And I wanna believe you,
When you tell me that it'll be ok,
Ya I try to believe you,
But I don't

When you say that it's gonna be,
It always turns out to be a different way,
I try to believe you,
Not today, today, today, today, today...

I don't know how to feel,
tomorrow, tomorrow,
I don't know what to say,
tomorrow, tomorrow
Is a different day

It's always been up to you,
It's turning around,
It's up to me,
I'm gonna do what I have to do,
just do

Give me a little time,
Leave me alone a little while,
Maybe it's not too late,
not today, today, today, today, today...

I don't know how to feel,
tomorrow, tomorrow,
I don't know what to say,
tomorrow, tomorrow
Is a different day

And I know I'm not ready,
Maybe tomorrow

And I wanna believe you,
When you tell me that it'll be ok,
Ya I try to believe you,
Not today, today, today, today, today...

Tomorrow it may change

La música se fue apagando poco a poco. Parecía mentira que debajo de aquella dura apariencia hubiera una chica con tanto sentimiento como lo era Eva. Su vida nunca había sido fácil. Y ahora sus padres la metían en aquello. Pues no iba a ser ella quien les hiciera fácil la existencia a todos los habitantes de aquel colegio, no señor. Ellos no conocían lo que Eva Marín podía llegar a hacer. Aunque no iban a tardar mucho en saberlo.
Su musical mente ya estaba trazando planes para darle un poco de vida a aquel internado infernal. Además seguro que pronto conocería al mandamás de allí, al señor o señora director, o directora, que en pocos días la mandaría expulsada para casa.
Sí. Todo aquello pasaba por la cabeza de Eva y sonaba francamente bien. Bajó de la terraza, dejó la guitarra en su cuarto y fue en busca de algo para cenar. También se sorprendió, pero no gratamente, cuando descubrió el elegantísimo restaurante.
-¡Buah! - pensó -. Me están dando arcadas solo de verlo.
Se sentó lo más cerca posible de la salida, por si tenía que salir corriendo. Era una de sus costumbres.
En seguida se le acercó un camarero que con voz neutra le recitó toda la carta. Mientras él recitaba ella lo miró como si de un marciano se tratase. Estaba completamente recto, tan recto que a Eva le dio la extraña sensación de que se iba a partir. Era un chico joven, no aparentaba más de veinticinco.
-Ey, tío, relájate un poco, ¿quieres? Estás muy tenso - le dijo sin poder contenerse, pero no en tono despectivo, sino de buen rollo. El camarero no supo como reaccionar -. Tráeme una ensaladita normal y unas patatas fritas y de postre una manzanita.
-De acuerdo, ¿pero seguro que no desea nada de la carta?
-Que no, que no. Y si otra vez vuelves a atenderme más te vale tutearme.
-Como desee, señorita.
El camarero se marchó, tan tieso como había llegado. Volvió a los dos minutos con lo que la chica había pedido. Eva lo devoró todo en un santiamén y se volvió a su cuarto. Se tumbó en su cama y enchufó la tele. Un mensaje aparecía en la presentación, como en las teles de los hoteles.
“Todos los alumnos deberán acudir mañana al salón de reuniones a las nueve de la mañana. Deberán llevar el uniforme del internado. Saludos de la dirección”.
Solo eran las diez, pero si su plan tenía que funcionar, tenía que dormir bien, así que se echó a la cama. El día siguiente sería largo.

A los pocos minutos llegó Shio-Lin, pero enseguida se marchó. Antes de irse estuvo dando vueltas por la habitación a oscuras buscando entre sus cosas.
A las once llegó Sara, que había cenado con Alexander y Richard y había conocido a Lena, la hermana melliza de Richard. Después los cuatro habían estado hablando y algo más tarde se les había unido Mario.
-Bueno, - pensó Sara, mientras se arropaba - el día no ha estado mal.